Por Juan Manuel Granja, Escritor y periodista
(Publicado en el especial del suplemento Cartón Piedra del diario El Telégrafo este domingo 27 de julio de 2014)
La prolijidad del ufólogo Sixto Paz es —valga la ironía— de otro mundo. Tal vez el peruano sea el único terrestre capaz de emprender un viaje a las estrellas con la ayuda de seres de otro planeta, charlar en tiempo real nada más y nada menos que con Jesús de Nazaret (quien, según afirma Paz, no fue un extraterrestre sino un terrestre-extra), volver a la Tierra, escribir un libro sobre el asunto y estar a tiempo para publicarlo, presentarlo y firmar autógrafos en México, a pocos días de la Navidad. (El Ovni de Belén, uno de los temas de sus charlas, fue toda una invitación a envolver sus especulaciones en papel de regalo). O quizá se trata de una cuestión mucho más simple y Sixto Paz Wells, autor de una veintena de libros que se venden por su temática ufológica pero que terminan traficando con la autoayuda, sea el único que se atreve a asegurar que todo esto es verdadero. Sin embargo, Paz no es ni de lejos el único ser dedicado a este oficio dentro del sistema solar. Su propio padre, Carlos Paz García, fundó en 1955 el Instituto Peruano de Relaciones Interplanetarias. De tal diplomático intergaláctico, tal ufólogo-conferencista-autor.
La odisea interestelar-editorial a la que me refiero ocurrió en 2011, a casi un año del supuesto apocalipsis pronosticado por los mayas o malinterpretado así, a voluntad, por quienes una y otra vez prenden sus focos para usufructuar con incontables fabricaciones del fin del mundo. No es una novedad que al fenómeno ovni se le haya añadido unas cucharadas de especias espirituales casi siempre de insípido vegetarianismo y aroma new age. En la receta para cocinar dicho platillo (volador) —tal vez invirtiendo el miedo que también suscitan—, los aliens suelen aparecer como pacíficos mensajeros del espacio exterior, como seres superiores dispuestos a darle un empujoncito de mestizaje cósmico a nuestros torpes genes propensos a la involución, como criaturas de luz que solo saben conjugar —telepáticamente— un único verbo: amar. Mucho de este imaginario del extraterrestre como emisario de la paz (atómica) tiene que ver con el nacimiento de la ciencia ficción cinematográfica en los años cincuenta, con el fantasma de Hiroshima que todavía rondaba los estudios de Hollywood, con películas como Ultimátum a la Tierra (1951) en la cual un embajador extraterrestre se entrevista con el presidente de los Estados Unidos para advertirle que debe deponer las armas nucleares. Uno de los orígenes de esta repetitiva idealización también es el mensaje pseudoreligioso y cuasi ecológico que George Adamski, quien se considera el primer contactado de la década de los cincuenta, supuestamente recibió de un venusino en el desierto de Mojave. El propio Paz llama a los alienígenas, con devoción de testigo de Jehová, “guías extraterrestres”, portadores de profecías de las cuales él y otros contactados de su grupo, Misión Rama (que al revés se lee: amaR), sirven de ‘antena’.
Sin dejarse marear por estas alturas de cosmonauta, vale tomar en cuenta que para ser un buen ufólogo hay que tener los pies bien puestos sobre la tierra. No basta contar con el arrojo para decir que hay vidas en otros planetas y someterse al detector de mentiras, como hizo el propio Paz, cuyas respuestas fueron señaladas como falsas por un polígrafo en el programa de televisión español La Máquina de la Verdad. Hace falta, además, entrenarse como un buen orador, organizar conferencias acerca de temas que enlacen a los ovnis con alguna preocupación contemporánea (mejor si es holística o delata alguna conspiración), estar dispuesto a ofrecer decenas de entrevistas, alimentar con insistencia un archivo de pruebas audiovisuales y fotográficas, mostrarse como alguien digno de poseer secretos cósmicos capaces de desequilibrar el mundo o estar en permanente tour mundial pro extraterrestre y anti-NASA (esa caja fuerte —según los ufólogos— de documentos y estratagemas Top Secret).
El ufólogo profesional tiene un ojo puesto en las constelaciones y el otro en su agenda. De sus manos han salido incontables libros que abordan y hacen redituable este tema. La atención que concentra dicho fenómeno lo podemos comprobar con el control remoto. ¿Cuántos programas sobre ovnis, teorías de la conspiración y abducciones podemos ver en la televisión por cable? ¿No aprovecha la cultura popular y el Internet el pensamiento político siempre paranoico de los Estados Unidos? No obstante, en las librerías más grandes y nutridas de Quito no me fue posible encontrar ni un solo texto sobre encuentros extraterrestres, aparte de los que tenían que ver con películas gringas o ciencia ficción. ¿La dosis de irrealidad (presentada como no-ficción) que requerimos los terrestres ha sido abducida y monopolizada por fantasías de vampiros (Crepúsculo), magos infantiles (Harry Potter) y sadomasoquismo light (Cincuenta sombras de Grey)? ¿Dónde podría encontrar a los hombrecitos grises?
En las obras de Julio Verne o en la novela L’autre monde (siglo XVII) de Cyrano de Bergerac, los extraterrestres fueron primero selenitas, es decir, habitantes de la luna y luego, a partir de H.G. Wells y La guerra de los mundos, marcianos. Sin embargo, mi objetivo no era encontrarme con los alienígenas que fueron escritos como personajes de ficción sino con los que muchos autores dicen haber compartido su tiempo y departido sus ideas. El contacto del tipo textual con los seres de otros mundos, en efecto, no se dio gracias a una excursión por el ciberespacio sino a una librería de libros usados. Los testimonios marcianos, deportados quizá por la invasión de las sagas de moda (o por la migración del tema al mundo audiovisual de estilo documental), se apilaban en una veintena de ediciones setenteras y ochenteras.
Estos libros empolvados y maltrechos aún exhibían comentarios promocionales escritos en cintas doradas sobre sus tapas: “…el mundo maravilloso de los OVNIS”, “Egipcios y toltecas, ¿hijos del mismo tronco?”, “Siempre hemos estado acompañados”, “¿Somos los descendientes de la unión de extraterrestres con las hijas de los hombres?”, “La razón de las visitas de los platillos volantes, ¿radica en nuestra dependencia de otras civilizaciones?”… Seguramente, un académico etiquetaría este tipo de publicaciones como paraliteratura o subliteratura, un científico las llamaría pseudociencia. Mauricio, el dependiente de la librería, prefirió llamarlos “cosa seria”. Puede decirse que los textos, con títulos como ¿Sacerdotes o cosmonautas? y Los extraterrestres en la historia, se asientan en un imaginario que da cuenta del fin de los metarrelatos. Así llaman los teóricos de la posmodernidad al agotamiento de las grandes ideologías, religiones o, mejor dicho, de los discursos que en el pasado eran capaces de explicar el mundo o, por lo menos, de ofrecerles a las sociedades una dirección. Aquellos grandes relatos o metanarrativas clásicas que podían hacernos comprender nuestros pequeñísimos relatos individuales y cotidianos que —según autores como Lyotard, Jameson, Bauman y compañía— ya no lo hacen.
Dios ha muerto pero el humanoide gris vive
Las teorías de la conspiración pueden entenderse como uno de los subproductos de este estallido de relatos posmodernos que tratan de compensar la desorientación de una sociedad que, entre el hiperindividualismo (el derrumbe de la comunidad política) y el descentramiento de la información (Internet), acumula dudas. De hecho, Fredric Jameson caracteriza el pensamiento conspirativo como “la cartografía del mundo posmoderno de los pobres… una figura degradada de la lógica total del capital… un intento desesperado por representarse el sistema actual”. Asimismo, el autor argumenta que “la teoría de la conspiración (y sus estridentes expresiones narrativas) debe entenderse como un intento degradado —mediante la imaginería de la tecnología avanzada— de pensar la imposible totalidad del sistema mundial contemporáneo”. Los géneros de la cultura popular que se vuelven narraciones conspirativas (a los cuales podríamos añadir la paraliteratura extraterrestre y su función múltiple de compensación/explicación/entretenimiento) pueden entenderse como un intento por imaginar una lógica subyacente a ciertas dinámicas contemporáneas. Las sociedades actuales, calificadas como “sociedades del riesgo” por Ulrich Beck, están cercadas por el miedo y la amenaza: un virus informático es capaz de fulminar todo un sistema bancario o, como ocurrió en Italia en 2003, la caída de un árbol puede dejar sin luz a todo un país. Mediante estrategias similares a las de la sociología institucional (como, por ejemplo, la modelización), el pensamiento conspirativo y sus relatos pretenden ofrecer orientación, buscan aplicar la noción tradicional de agencia o responsabilidad que se pierde en medio de la actual globalización económica y política. Así, los relatos alienígenas también pueden leerse como formas de exorcizar las ya inexistentes certezas del pasado.
No podía faltar, entre libros que hablan de la Atlántida como origen de la humanidad o de los extraterrestres como los seres que los antiguos entendieron como divinidades o ángeles, el clásico latinoamericano de la ufología: Yo visité Ganímedes de Yosip Ibrahim (seudónimo del autor peruano José A. Rosiano Holder). El libro se abre con una nota previa: “Ya no me importa la risa burlona de muchos, ni la piadosa idea de quienes piensen que he perdido la razón (…) los hechos extraordinarios motivo de esta narración no han sido fruto de una mente alucinada, ni producto de una fantasía de escritor, sino la realidad cruda y tangible (…) vivida por un hombre que hoy se encuentra, muy lejos, en el Cosmos”. En efecto, la literatura extraterrestre o paraliteratura ovni se remite constantemente a referentes que legitimen la veracidad de su relato como, por ejemplo, la retórica del testimonio o el discurso científico. Esto no evita, sin embargo, que se escriban estratosféricas perlas como las que se encuentran en Yo visité Ganímedes: Ibrahim asegura, por ejemplo, que solo los afrodescendientes son propiamente terrestres, el resto de seres humanos provendrían de las lejanías cósmicas. Como vemos, no existe una sola conspiración o una sola hipótesis respecto a los extraterrestres su forma de vida y su relación con los humanos. Las sospechas y los indicios inconexos destierran la posibilidad de una sola explicación. De ahí que, por ejemplo, existan tantas hipótesis sueltas y desarticuladas sobre quienes serían los verdaderos regentes del poder mundial: Illuminatis, masones, el Grupo Bilderberg, los reptilianos (reptiles humanoides que supuestamente cambian de apariencia para llegar al poder político), etc. Del esfuerzo moderno por descubrir y develar, la subliteratura extraterrestre y las teorías de la conspiración dan cuenta del paso a la pulsión posmoderna por interpretar.
Supe de Fabio Zerpa —ufólogo uruguayo— gracias a una canción de Andrés Calamaro que ironiza sobre la paranoia y el delirio interpretativo (tan propio de los investigadores y lectores de este fenómeno): “Fabio Zerpa tiene razón, hay marcianos entre la gente. No sé qué quieren, ni de dónde son, ni que hacen aquí en la Tierra. Pero de algo estoy seguro, que están copando el mundo a traición”. En su libro, Los hombres de negro y los OVNI, Zerpa enumera a los 42 asesores científicos de su texto. Entre ellos hay expertos nada menos que en egiptología, tarot, numerología, magia, aviación, contactos telepáticos, hipnología, electrónica, biorritmología, ontoanálisis, grafología, digitopuntura, sofrología, cosmobiología, mundo subterráneo, historia, computación y medicina espacial. Y eso no es todo, en un capítulo de este extenso libro, Zerpa recoge el testimonio del encuentro sexual entre un brasileño secuestrado por una nave y una misteriosa mujer extraterrestre: “Su cuerpo era mucho más bonito que el de cualquier mujer que conocí (…) vino hacia mí silenciosamente, mirándome con la expresión de alguien que desea algo (…) Eso era lo que ellos querían de mí, un buen semental para mejorar su propia especie. Estaba enojado, pero luego resolví no darle importancia porque de todos modos había pasado algunos momentos agradables”.
La ufología en cuanto ‘ciencia’ establece un vínculo entre lo paranormal y las ciencias ocultas pero siempre resalta la posibilidad de comprobar sus hallazgos y de proceder científicamente en sus investigaciones aun cuando todo esto devenga en una mística secularizada de los ovnis. De esta manera, la teorización conspirativa encuentra una forma de ‘cientifizarse’. El debate entre la ufología y la ciencia no ha sido tanto la posibilidad en sí misma de la vida en otros planetas como el asunto de la comprobación de orden científico. Lo que los ‘estudiosos’ del fenómeno ovni reivindican en sus argumentos es la necesidad de aceptación como prueba científica de las observaciones, testimonios e imágenes en las que fundan sus hipótesis extraterrestres. Esta pretendida ‘remisión a las pruebas’ conduce a los ufólogos, no obstante, a buscar el mismo plano de legitimidad científica que la de aquellos que los contradicen desde la institucionalidad científica. Es así que lo desconocido —eso que requiere de registro y evaluación científica— se reconfigura como secreto. Es así que el escenario de la posible investigación es cooptado, según los ufólogos y teóricos de la conspiración, por un poder político aliado al poder científico (el de la NASA, por ejemplo). De este modo, los procesos políticos en la era de la globalización son representados como estrategias conspirativas. Los recursos narrativos de la ciencia ficción, el extrañamiento que producen sus escenarios hipotéticos y el hecho de ser un género abierto que imagina mundos posibles, son asumidos por estas narraciones de la conspiración que logran así reinsertar el mito en una sociedad apegada al razonamiento científico.
Ovnis estridentes
Uno de los lugares comunes de los textos latinoamericanos dedicados a la ovnilogía es —además de la belleza sideral de las chicas extraterrestes expuesta por Zerpa y demás autores— el antropocentrismo. Los seres de otros planetas o lunas (Ganímedes es, en realidad, un satélite de Júpiter al que habrían migrado los seres de un planeta destruido) no solamente tienen apariencia humanoide sino que, además, cuentan con una moral que no podemos calificar sino de terrestre. Nociones como las de bien, justicia o amor son bien conocidas por los aliens protagonistas de estos textos. Es más, casi siempre aparecen como pertenecientes a civilizaciones que son hipertecnológicas y, a la vez, espiritualmente avanzadas. Así, parecen vivir en mundos utópicos que podrían interpretarse como compensaciones fantasiosas (afirma el análisis lacaniano: la fantasía no es una mentira sino una ficción que nace cuando la realidad genera demasiadas dudas) frente a nuestra civilización poseída por una tecnología industrial y una exacerbación de la productividad que han resultado devastadoras para el planeta. En la reflexión de los autores-ufólogos, por lo tanto, los extraterrestres, como visión proyectiva de la humanidad en un futuro lejano, encarnan una esperanza. Pero también, desde luego, encarnan el miedo. En sus varias representaciones, el extraterrestre es a la vez monstruo y mesías, protector y agresor. (¿No se parece esta caracterización a la del Dios creador-castigador del Antiguo Testamento?). La otredad radical de los extraterrestres es lo que le permitió a Lévi-Strauss relacionarlos con el impacto moral y epistemológico que enfrentaron los conquistadores españoles durante la conquista de América y sus poblaciones nativas. En el análisis del pionero de la antropología, los platillos volantes se configuran en el imaginario como una forma de nostalgia por los otros humanos, esos que ya no pueden hallarse una vez que la totalidad del globo terrestre ha sido explorado y colonizado.
Es en este punto en el cual la escritura ufológica se topa con la autoayuda, esa otra forma estridente de la expresión narrativa contemporánea. Terry Eagleton asegura que la noción de literatura tiene que ver con la época y los valores sociales dominantes (quizá un día, dice Eagleton, la obra de Shakespeare deje de ser leída como literatura). La paraliteratura extraterrestre responde a una serie de necesidades de los lectores de las que a veces ni siquiera ellos mismos son conscientes. El anhelo de respuestas y orientación sumado al escepticismo material que generan las cada vez más sofisticadas explicaciones científicas supone el surgimiento de esta suerte de hipótesis new age. La característica fundamental de este tipo de narrativa, así como la de las teorías de la conspiración, es su pretensión de descubrir una lógica racional escondida detrás de estos acontecimientos aparentemente imposibles o, por lo menos, increíbles. La constante referencia a un orden subyacente requiere de una figuración, en este caso narrativa y recubierta de fantasía, que dote de un sentido a incidentes aparentemente inconexos. De este modo, y siguiendo de nuevo a Jameson, serían dos los principales terrenos sobre los que se juega la teorización de lo conspirativo, una vez que esta ha sido desplazada desde los discursos de movilización política que buscaban señalar enemigos y culpables (y de la narrativa de suspense y espionaje que metaforizaba, por ejemplo, la paranoia anticomunista de la Guerra Fría) al terreno de la cultura de masas (ciencia ficción y ovnis): la imaginación del poder y la imaginación del miedo.
Así, al elevar la corrupción política al nivel de paradigma, el modelo conspirativo comprende a todo juego político como un conjunto de intereses que operan por medio del secretismo. ¿Cuántas veces hemos escuchado, por ejemplo, decir que los poderes estatales no admiten la existencia de vida extraterrestre y su supuesta relación (al menos tecnológica o aeronáutica) con ella por tratarse de una verdad desestabilizadora? Esa psicosis ufológica, ese universo de dudas en el cual cada época crea un tipo de extraterrestre ajustado a sus carencias y deseos, ofrece un terreno ideal para clavar la bandera de las narraciones extraterrestres y la difusión militante de un supuesto mensaje de paz (no siempre libre del temor y los fantasmas que genera lo otro). Al parecer, la imaginación de muchos más lectores será abducida por las plumas cósmicas de estos autores. Quizá, a final de cuentas, estos libros digan más de nosotros, los terrestres, de lo que son capaces de decir acerca de seres de mundos insospechados.
Por ejemplo, sabemos a partir de la lectura del libro La antiprofecía, que Sixto Paz no cuenta con una muy buena retentiva o, simplemente, tiene cierta pereza o premura a la hora de revisar sus textos. Al referirse a su visita al Ecuador durante el turbulento año de 1999, el ufólogo dice, varias veces, haber estado en la ciudad de “La Tacunga” y haber visto naves intergalácticas cerca del nevado “Cayampe”. Parece que sus omnisapientes guías extraterrestres no lo asesoran en temas tan pedestres como la geografía del Ecuador.