Cuento del mes: Malas noticias vienen desde cielo

Earth-Black-Hole

Por Henry Bäx

(Colaboración exclusiva para Ciencia ficción en Ecuador)

Henry Bäx (seudónimo). Escritor Ecuatoriano, nacido en Quito, año 1966. Licenciado en Publicidad. Escritor de relatos policiales, de terror, de ciencia ficción, de épica fantástica. Autor de: El pergamino perdido; El psíquico; El libro circular; El último Siloíta (ciencia ficción), entre otros. El presente cuento pertenece a un nuevo libro que prepara el autor, de proxima publicación.

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Manhattan, martes 10:42 a.m.

Patricia Stevens miraba desde el amplio ventanal del edificio donde labora cómo unas personas se arremolinaban en una de las grandes estanterías de la ciudad. Ella las veía con indiferencia. De momento estaba preocupada y distraída por la discusión que habían tenido en la mañana con su esposo, Henry Ferrell. Esa mañana sentía un terrible remordimiento, ya que estaba consciente que fue la culpable del altercado. Haber iniciado la polémica por algo tan pequeño, por no apretar bien la tapa del dentífrico, le perecía a Patricia algo tan inocuo que tan solo recordarlo, la avergonzaba.

Tenía que reparar aquella acción y había planeado, esa misma noche, gratificar a su esposo. Sabía que le encantaba aquél guiso de carne con salsa de duraznos; lo acompañaría con una deleitable copa de jerez dulce y una delicada tarta de fresas. Pensaba, además, compartir esa cena a la luz de las velas. Y en un momento dado, pedirle perdón.

Mientras repasaba en su mente las palabras que le diría esa noche, se dirigió hasta la pequeña mesita de su oficina; tomó agua caliente de la cafetera y se preparó un té de manzanilla. Pero hubo algo que le interrumpió sus meditaciones: una desesperante bulla venía desde afuera de su oficina. Salió a percatarse de lo que acontecía. Sus compañeros de labores abandonaban sus estaciones de trabajo con rapidez; todos se dirigían hasta la una gran pantalla que en esos instantes emitía una increíble noticia.

Patricia intrigada hizo lo mismo, mientras sostenía su delicada taza de porcelana blanca; trataba de entender o de asimilar la novedad. Sus grandes ojos claros se abrieron como enormes girasoles. Lo que el presentador de noticias decía era inverosímil y a la vez fatal. Presa de un indescriptible y desconocido temor dejó caer su taza de té. De sus ojos se resbalaban, por sus sinuosas y nacaradas mejillas, unas pocas lágrimas; en tanto que sus compañeros salían despavoridos de la enorme oficina.

 

Nueva Dheli, martes 17: 42 p.m.

Hansraj Madhur caminaba frente a la Puerta de la India con su hermana Naisha. El sol reverberaba con intensidad y tenía todavía un suave matiz rojizo. Mientras admiraban aquel magnífico monumento se percató que algo extraordinario sucedía. Una brutal congestión vehicular empezó a formarse de la nada. Los carros frenéticos trataban de abrirse paso con desesperación. Pronto, el caos reinó. Choques y confusión había por doquier.

Temeroso, observaba cómo la gente empezaba a correr a todas direcciones. Por precaución tomó la mano de su pequeña hermana. Varios policías trataban de controlar vanamente aquel desasosiego. Intrigado trataba de averiguar qué es lo que sucedía. Preguntaba a los despavoridos ciudadanos el motivo de su reacción. Detuvo a uno y le preguntó:

—¿Hacia dónde se dirigen? ¿Qué es lo que pasa?

—Huye hermano, huye.

—Huir, de qué estás hablando, hacia dónde debemos huir.

El hombre con sus ojos llenos de terror, y señalando hacia el cielo, le respondió:

—El mundo se acaba, el mundo se acaba.

 

El Vaticano, martes 16:42 p.m.

Sofía y Luca estaban al interior de la Basílica de San Pedro. Tomaban fotografías de las innumerables bellezas arquitectónicas de su interior. Una hilera interminable de turistas copaban los espacios de la basílica, tomando fotografías de tan excelsa iconografía, monumentos, relieves y más curiosidades cristiana. En un momento dado se pudo escuchar una gran algarabía. Por un momento la pareja creyó que se trataba de un evento católico o de un pintoresco desfile que se realizaba en las afueras del gran templo. Creyeron, incluso, que el mismo Papa se hallaba afuera. Llevados por la indiscreción, corrieron a las afueras, tratando de averiguar qué es lo que sucedía. Un tumulto de gente señalaba con sus dedos hacia el cielo.

La pareja creyó por instantes que se trataba de un evento milagroso o de una especie de aparición divina. Miraron hacia el oeste, pero en principio nada notaron. Sin embargo, al ver que la gente insistía sobre el mismo lugar, lograron ver algo misterioso. Unos sacerdotes, en actitud de oración, otros, genuflexos, rezaban con plena devoción. La gente que estaba alrededor de ellos tomaron una actitud semejante. Uno de los curas dijo con una voz llena de resignación:

—La hora ha llegado, el Día del Juicio Final ha comenzado.

En efecto, un extraño fenómeno se notaba que acontecía en el firmamento. Algo que jamás nadie había visto antes. Los dos, asustados, se tomaron de las manos y luego de ello se abrazaron con cariño; como si ese abrazo fuera una despedida, la última caricia de cariño en la Tierra. La gente que estaba a su alrededor empezó a correr como una loca estampida.

 

Quito, martes 10:42 a.m.

Mientras caminaban Ernesto y su esposa Mercedes por el centro histórico de la ciudad, no se percataron del extraño fenómeno que acontecía en el cielo. De hecho, nadie de los transeúntes que caminaban por las estrechas calles de la ciudad notaba nada. El problema es que, a esa hora, el sol calentaba y brillaba con tal intensidad que era imposible advertir algún suceso extraño. Es sabido que el sol en el país ecuatorial irradia más radiación nociva y que es menester andar con lentes muy oscuros para evitar que los ojos se lastimen.

Llegaron hasta la Plaza Grande y como era costumbre, el sitio estaba lleno de turistas de muchas partes del mundo. Unos, con sus cámaras fotográficas, no dejaban de registrar sus mejores recuerdos. Otros, caminaban despreocupados, admirando la maravillosa arquitectura de sus ancestrales templos religiosos. Unos cuantos, hacían fila para ingresar al Palacio de Carondelet. El día estaba espléndido para hacer turismo.

En un momento dado, uno de los tantos extranjeros que pululaban por aquellas calles y gracias a que estaba fotografiando el Monumento a la Libertad, se percató de algo que le extrañó. Su rostro dibujó extrañeza y, suponiendo que era una anomalía en su lente fotográfico, volvió a mirar al cielo, tratando de cubrirse de aquel radiante sol. Sí, era algo inusual; era un extraño evento que jamás había visto. Con un castellano torpe, trató de llamar la atención de la gente que transitaba a esa hora, señalando con su dedo hacia el cielo. Un nutrido grupo de personas se arremolinaron alrededor del turista. Cayeron en cuenta, que, en efecto, algo inusual sucedía. Un escalofrío aterrador recorrió sus cuerpos. Todos se quedaron petrificados, a la espera de que lo peor sucediera.

 

Observatorio de Mauna Kea (Hawaii) Lunes, 21:30 p.m.

El doctor Emilio Rann y su colega, el astrofísico Emmanuel Sixto, exploraban el espacio en busca de eventos estelares fabulosos en otras galaxias. Estaban, además, esperanzados en hallar nuevos exo-planetas en los rincones más recónditos de nuestra galaxia. Sin embargo, esa noche notaron algo demasiado intrigante que ocurría en las proximidades de la Tierra.

Notaron, que el Cinturón de Asteroides que está entre el planeta Marte y Júpiter, tenía un extrañísimo comportamiento. Las enormes rocas estaban como arremolinándose hacia una sola dirección. Les pareció inusual aquel comportamiento estelar. Fijaron de nuevo los potentes telescopios hacia esa región del sistema solar y con horror comprobaron, que, en efecto, los asteroides iban formando una hilera en una sola dirección. El doctor Rann, intrigado, le dijo a su colega:

—Emmanuel, jamás he visto cosa semejante antes. ¿Qué crees que sea este misterioso evento?

—No tengo una respuesta racional para tal suceso, Emilio, pero es algo que puede traer nefastas consecuencias a nuestro planeta.

Rann, explicó:

—Puede ser una alteración gravitacional de Júpiter, la súper aspiradora de nuestro Sistema Solar. Lo más probable es que debió haber una anomalía para que suceda tal comportamiento.

—Es una posibilidad.

Sin embargo, y luego de seguir observando el planeta, volvieron a notar algo que les heló la sangre. El gigante planeta comenzó a girar de manera errática, como si fuera un gigantesco trompo a punto de dejar de virar.

—¡Santo Dios! –exclamó Emmanuel Sixto asustado– ¿Qué es lo que le sucede al planeta?

Emilio Rann no tenía palabras para explicar aquella anomalía. Habló titubeante y temeroso.

—Estás pensado lo mismo… ¿Qué yo? Emmanuel.

—Es algo imposible, eso no puede suceder en nuestro Sistema Solar, eso lo hemos sabido desde siempre.

Insistieron y volvieron a hacer nuevas observaciones a través de los potentes espejos del observatorio. Júpiter, el enorme mundo experimentó algo que confirmó las terribles sospechas de los científicos. El titán empezó a tomar la forma de un huevo, poco a poco, comenzó a alargarse en uno de sus polos.

Los dos hombres, mirando eso, dijeron aterrados a una sola voz:

—¡Un Agujero Negro!

Los dos hombres, se miraron mutuamente. Uno dijo resignado:

—No hay tiempo para nada, la suerte de esta región del espacio esta echada. Pronto nos volveremos polvo cósmico, tragados por ese monstruo espacial.

—Tienes razón, este es el fin del mundo.

Emmanuel, dijo:

—Imagino que muy pronto empezarán a acontecer sucesos insólitos en el cielo.

—Sí, yo creo que por su tamaño, será tragado el sol primero, así como le está sucediendo a Júpiter.

Al día siguiente, en el mundo entero, se empezó a notar cosas que jamás habían sucedido antes, hubo muy poco tiempo para prepararse y los habitantes de la Tierra nada pudieron hacer. Lo que más alarmó y aterrorizó a los habitantes del orbe es que horas antes del cataclismo planetario, notaron cómo el firmamento se rasgaba en el cielo, como si fuera un pedazo enorme de tela atravesado o cortado por un gigantesco cuchillo. Los hombres y mujeres de la Tierra eran mudos testigos de aquella masacre interestelar.

En un momento determinado, la gravedad planetaria se detuvo; el mundo dejó de girar y el tiempo se paró. La gente y todas las cosas, tanto materiales como vegetales y minerales, empezaron a flotar sin control. El sol, ese día, tuvo un comportamiento extraordinario. Era su último día de vida. Un día perfecto. Desde las orillas de Océano Pacífico se podía ver cómo enormes masas de agua empezaban a evaporarse lentamente. La estrella comenzó a tragarse de a poco la Tierra.

De pronto, una inusitada velocidad empezó. Era tal la fuerza de la velocidad que ni la misma luz del sol podía escapar a esa nueva fuerza gravitacional. Todo empezó a alargarse, como si fuera una gran liga de hule. Un enorme portón negro redondo empezó a engullir lo que estaba a su paso.

Lo que quedó del Sistema Solar, fue tragado. Desde un lugar alejado, se podía ver cómo una gran haz de luz amarillo se formaba y, a su vez, atravesaba aquella entidad negra. Aquél momento, aquella imagen quedó como congelada en el espacio. La potente luz que emitía un sol agonizante era lo único que se percibía desde la lejanía. Esa imagen quedó impregnada, en la memoria del Universo, como una impronta fatal.

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