Bowie de la A a la Z

Por Fernando Escobar Páez (Compartido por su autor a Ciencia ficción en Ecuador, de su blog Miss O’Ginia, publicado el domingo 24 de enero de 2016, así como en la revista dominical Cartón Piedra, del diario El Telégrafo, el 24 de enero de 2016) Con el deceso de David Bowie -más allá de perder a […]

Crónicas de Quito del futuro

Por Iván Rodrigo Mendizábal No he querido ser indiferente a las fiestas de celebración de la fundación de la ciudad de Quito. Ciencia Ficción en Ecuador, por ello ha publicado cuatro relatos o crónicas –o como quieran tomarlo ustedes– que miran a Quito proyectado en el futuro. Se trata de cuatro visiones distintas acerca de […]

La ‘Antilógica’ de Eduardo Villacís

Conocí a Eduardo Villacís en 1990. Yo no cumplía los 17 años y él apenas me llevaba un par de años. Nos conocimos en un estercolero de la 10 de agosto y Orellana que funcionaba como la oficina de la revista contracultural Traffic. El Eduardo publicaba ahí su saga de cómics de la T mutante y yo era el diseñador de la revista. Hasta entonces yo había crecido consumiendo ingentes cantidades de cómics y tenía la oculta intensión de volverme dibujante de historietas, pero para entonces ya había aceptado que me iba a resultar más fácil convertirme en astronauta o médico. Pensaba que las personas que se dedicaban a dibujar y escribir cómics eran seres a los que habían traído de otra galaxia, con la cabeza metida en un costal remojado de absenta. Hasta que le conocí al Eduardo y con eso terminé de verificar mi teoría.

Historia del cómic ecuatoriano

“¿Leyendo cómics? ¡Pero si ya eres longo viejo!”, bromea mi tía mientras asienta la bandeja con el té y las galletas María frente al sofá. Minutos antes, yo había curioseado su biblioteca y rescatado —destripados entre Isabel Allende y Jung— 2 ediciones setenteras del Libro de Oro, de Condorito. Me encantó leer los de esa época porque se siente mucho más la pluma original de Pepo así como su humor más irreverente y surreal: cocodrilos salen de las alcantarillas, sonámbulos caminan a la luz del día y el clásico “que muera el roto Quezada” aún decora las paredes de Pelotillehue.