Profundo en la Galaxia

profundo

Editorial diario Hoy

(Publlicado en diario Hoy el 11 de abril de 1994, pág. 4A y reproducido en Hoy.com.ec)

Es como si asistiéramos al nacimiento de un niño: algo nuevo, desconocido, que no sabemos como será y que, sin embargo, ha sido largamente esperado, o intuido.

Me refiero al nacimiento de la ciencia-ficción en el Ecuador. Su cuna: una colección de siete relatos denominada «Profundo en la galaxia». Su autor: un antropólogo o cientista social llamado Santiago Páez. Sus precedentes: unos pocos relatos de algunos autores que tentaron, sin continuidad, casi involuntariamente, el género. Entre ellos citaremos a Carlos Béjar Portilla, a César Dávila Andrade. Pondría yo, además, los «Divertinventos», de Abdón Ubidia.

Ahora, editado gracias al esfuerzo conjunto de dos editoriales -Planeta y Abrapalabra-, «Profundo en la galaxia» permite al público comprobar que en nuestras latitudes es posible también cultivar otros géneros literarios hasta ahora inéditos: la ciencia-ficción, la novela policial, la ficción especulativa, la novela negra.

La cuestión del cultivo de estos géneros en un país como el Ecuador se imbrica directamente con el problema de si tenemos o no nuestra propia cultura y, a la vez, con la peculiar y distinta perspectiva que da el pertenecer a una nación periférica o a un Estado central, culturalmente hablando.

De pronto, un cuento de ciencia-ficción en el Ecuador puede resultar un reflejo de lo que se hace en países donde la producción de tecnología avanzada es parte de la cultura cotidiana, digamos, de la atmósfera que se respira. Entonces, el producto solo redundará en subrayar el agudo proceso de transculturación que soportamos.

Santiago Páez sortea hábilmente estos peligros. Así como los relatistas de la generación del treinta nacionalizaron, para la literatura, el habla cotidiana del pueblo, Páez hace lo mismo con la tecnología y con las especulaciones universales sobre el futuro próximo y mediato de la humanidad. Para ello se afirma en una perspectiva propiamente nuestra, recupera nuestro propio mundo mítico y mágico, elabora mitologías posibles de la realidad que conocemos, descubre pistas secretas en la historia y la literatura que nos son afines, y, una vez sustentada esta base antropológica fundamental, despega hacia la confrontación con «lo otro»: el mundo de la tecnología y del futuro que también es nuestro y nos plantea interrogantes y retos.

De esta manera, Páez confronta lo tecnológico y lo sagrado, lo futurible y lo tradicional, lo propio y lo ajeno. En el proceso, demuestra su conocimiento del género relato en general y de los recursos propios de la ciencia-ficción, y construye un libro ameno, divertido y, a la par, lleno de trascendencia.

Porque, incluso sin que medie la deliberada intención del autor, éste pone en juego un abanico de preocupaciones que nos remite a una reflexión más profunda. Por ejemplo, aparece claro que una de sus líneas temáticas es aquella referente a lo que puede suceder en el choque de dos mundos distintos. En el primer relato del libro el tema es precisamente ese: la confrontación inminente entre un mundo tradicional, enraizado en lo mítico, y otro de avanzada tecnología. Pero las reminiscencias de carácter antropológico potencian la imaginación del lector hacia preocupaciones de variada índole: ecológica, política, histórica. El choque entre dos realidades culturales diferentes es también nuestra realidad indígena y mestiza todavía no resuelta luego de quinientos años de colonización europea.

La ciencia-ficción, acunada en este libro hecho de profundidades y gozos, nace así, en nuestro país, y nosotros tenemos la suerte de reconocer el proceso y contemplarlo. Lo importante es verificar que la literatura ecuatoriana sigue viva, enriquecida por nuevos aportes, como éste de Santiago Páez, y por todos aquellos que vendrán, sorpresivos, de donde menos lo esperemos, aunque sí lo intuyamos.

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